horrendos de monstruos, de degenerados, de amorales...
La sociedad acude en auxilio con "Cunas" — ¡irrisión de nombre! — con hospicios, con cárceles, con casas de corrección!...
¿No sería más sencillo acudir educando, instruyendo? ¿No sería este el más humano, el más imperioso deber?
Así, la madre sabría, por ejemplo, que tiene deberes para con su hijo aun antes de concebirlo.
Sabría que, apenas iniciada la formación de ese otro ser, carne de su carne, sangre de su sangre, toda su atención debe serle consagrada. Reconocería que el hijo tiene imperiosos derechos antepuestos a todo: a los deberes sociales de la madre, a la moda, al mal uso del corsé, a, los caprichos, al mal gobierno de los nervios, a todo un régimen anterior de vida si ese régimen no era higiénico.
Hay que salvaguardar la morada secreta que encierra al futuro ser. No basta con ofrecerle aseo, aire puro, alimentos apropiados, facilidad de desarrollo, el ejercicio necesario; sino que hay que nutrirlo con tranquilidad de espíritu, con igualdad de carácter, con sana alegría, con esperanzas siempre renovadas; hay que evitarle toda repercusión de desalientos, de sinsabores, de enojos.
Pero, si la madre no concibe la importancia de la higiene integral, ¿cómo dará al hijo lo que éste