condenar, por toda una vida, al hijo en formación.
Y si la madre que pudo evitar o prevenir cualquiera de esas emociones se considera responsable de las consecuencias posibles, ¿cómo no debe sentirse única causa de los males que aflijan a su hijo, la mujer alcoholista, sifilítica o tuberculosa, que cometa el crimen social de procrear?
La pobre calidad o la poca cantidad de la sangre trae como consecuencia un desarrollo imperfecto del sistema circulatorio — la función hace al órgano. — Y esos hijos mal nutridos ab-initio padecerán de una detención del crecimiento, traerán lesiones cardíacas congénitas incurables o predisposiciones al raquitismo, a la tuberculosis, a Ia degeneración mental o moral.
¿Conócese, acaso, hasta qué punto se envenena la sangre materna bajo la influencia del trabajo exagerado, violento, en actitudes fatigantes, en un medio atmosférico malsano, contaminado por el exceso de trabajadores en el taller o por las emanaciones y residuos de los materiales empleados?
"La alteración de la sangre de la mujer madre", he ahí, desde el punto de vista de la salud pública, con lo que el progreso industrial ha contribuído a la degeneración de la raza humana.
¿Cuándo será un hecho el deseo de Gladstone: — "El más grande benefactor de su país será aquél que llegue a inventar una industria que permita