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Campaña y guarnición


El coronel cortó la conversación, pero no parecía haber quedado satisfecho con las razones del tambor Ramos, quien sobresalía entre todos por lo vivo, lo que le había valido el apodo de Mandinga.

La tropa hizo alto por un cuarto de hora para descansar y beber un poco de agua de un arroyo cristalino y frío que corría al frente, refrescando la atmósfera é invitando á un baño, que nadie pudo tomar por orden del general. El coronel, que se había recostado debajo de un arbusto mientras su asistente daba de beber á su caballo, vió pasar cerca de él á una de las mujeres del batallón y la llamó.

—¿Llevas agua, Juanita?

—Y fresquísima, mi coronel! contestó la soldadera alcanzándole un jarrón de barro de Guadalajara.

Era esta la mujer del sargento Núñez de la companía de cazadores, chinita preciosa como de unos veinte años, y tan suave en su mirada, su voz y sus modales, que los demás la llamaban La virgencita. Era tenida entre todos como el modelo de la virtud conyugal, lo que sin duda alguna constituía un hecho fenomenal en los fastos de la vida femenina de los campamentos y cuarteles.

—Juanita, tengo una curiosidad y es necesario que me saques de ella, sopena de quebrar amistades.

—Señor, usted sabe que para otro podría negarme á hablar cuando me quisieran tomar declaraciones, pero eso nunca sucederá con usted, porque mi marido y yo le queremos como á lo mejor del mundo, después de Dios y de la Virgen, y nos haremos matar por usted cuantas veces sea necesario.

—Gracias, hija, no me parece que haya necesidad de tanto sacrificio, aunque creo que con una vez que se murieran por mi ya tendrían lo suficiente. ¿Conoces las mañas del Ratoncito?