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Página:Cancionero Manuelita Rosas.djvu/16

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alma desea, a implorar de Dios el perdón de los crímenes del padre y compasión de sus penas; si exasperada de la esterilidad de sus afectos, pudiésemos seguirla en el vuelo de sus deseos de mujer y confesándole las cualidades que creemos encontrar en ella, le poblasemos el mundo de tu sueño de las caricias de los hijos, del amor del esposo, de los proyectos para la vida de la vejez, de las dulzuras de la verdadera amistad, que ella no ha conocido nunca, tendríamos que inclinarnos ante la inaudita desgracia y compadecerla como a la primera víctima de esa calamidad que a todos nos hace sufrir tanto. Respetemos ese santuario; hay dolores que, adivinados, dan la muerte.


IV


Manuela sabe tal vez mejor que nosotros los peligros que acechan a su padre; y mejor que nadie, lo precario del poder que lo rodea. Su instinto de mujer la ha hecho penetrar ya los misterios del porvenir, y ese porvenir ha debido hacerla cerrar los ojos. ¿Cuál será en efecto el puesto que la Providencia le ha señalado en su extraña carrera?

El anatema de la sociedad argentina no pesa sobre ella, y sería injusto que también esta desgracia le estuviese reservada. Pero el rayo que ha de herir la cabeza del monstruo debe tocar en su carrera a los que llevan su apellidos: las reacciones son terribles. Alguno merecería el perdón acaso, pero contra la clemencia de los que hoy son conocidos con el nombre de salvajes, se elevará la grita de los miserable adulones que actualmente se postran a sus pies y, corrompidos, hacen abnegación en las aras de ese altar ensangrentado, de la vida, del honor y del porvenir, a favor del que los pisa y al mismo tiempo.