En su duelo profundo, duelo de buena hija, en el desenfreno de las pasiones por tantos años comprimidas, en la exageración de esa libertad de que ya se ha perdido toda idea en la patria, en el fingido entusiasmo de los muchos que han ayudado a tirar la cuerda del verdugo, Manuela, la infeliz, no encontraría a su lado uno solo de esos seres que hoy ofrecen su vida, su porvenir y su fortuna. Esos viles creerán que la ocasión lo disculpa todo, y con la frase sacramental que hoy emplean para perseguirnos y robarnos ¿"qué hemos de hacer"? huirán de ella como de criatura maldita. Entonces, mujer sacrificada, llamad a las puertas de las familias de los salvajes unitarios: pedid a nuestras madres que salven de la irritación popular a la hija de D. Juan Manuel de Rosas, que conserven a la heredera de ese nombre fatal, y vereis que no hay una que no os cubra con su cuerpo, que no os defienda a costa de su vida y que no haga por vos, lo que en vuestra alta fortuna vos no pudisteis hacer por sus hijos degollados.
Entre tanto, el carro de la fortuna de Rosas continua su carrera triunfal: la división de sus enemigos locales, y las exitaciones de sus enemigos exteriores, van sancionando la existencia de ese poder contrario a todas las instituciones, y a la naturaleza material de las cosas.
El sistema brutal de ese tirano pesa todo entero sobre la cabeza de la República, y sobre la existencia ya marchita, de esa pobre mujer. Mañana tal vez el huracán revolucionario caerá sobre ese orden anormal, y el desquicio arrastrará en pos de sí hombres, fortunas y esperanzas.
La que no ha tenido la libertad que Dios concede a toda criatura de buscarse un protector en el hombre de su cariño, se encontrará sola, despreciada, o señalada a la execracién pública como último vástago de esa gente que tanto hizo sufrir