dulcemente esas tus blancas manos
que alegría derraman y amor.
No a los Dioses Caliope alegra
con su canto agradable y meloso,
cual tu acento sonoro y gracioso
ve elevando las mentes a Dios.
Ya te oímos Manuela divina
te escuchamos los de Buenos Aires
y trasmiten los rápidos aires,
dulces ecos que ostentan tu voz.
Con armónicos cantos recreas
y destierras el triste quebranto,
tu detienes y enjuagas el llanto
que el impío Lavalle causó.
Ni placer solamente nos causas
con la lira si tal vez te vemos,
pues el Hemo y el hindo te vemos,
ascender con suceso feliz.
Esa mente entusiasta y sublime
que natura te ha dado bondosa,
del parnaso a la cumbre gloriosa
remontarse la vieron veloz.
Tú abandonas el mísero suelo
y siguiendo de Apolo las huellas,
apareces entre sus doncellas
deslumbrando tu raro esplendor.
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