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II
ESTIO.


A José P. Rivera.


¡Tibio el aire, la atmósfera pesada!
A lo lejos, mirad: por la colina,
vése cruzar la acuática gallina
en busca del raudal de la cañada.
 
En la sombría selva enmarañada
ni arrulla la torcaz ni el mirlo trina,
y el viento polvoroso arremolina
las hojas de la yerba calcinada.

Entona la cigarra canto ronco
entre el breñal; el campesino rudo
yace tendido sobre agreste tronco;

y echado al pie de corpulento roble,
que á los dardos del Sol sirve de escudo,
el buey abate la cabeza noble.