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LA CRUZ DE LA MONTAÑA.


A Rafael Delgado.


¡Oh, qué erguida que estás en lo elevado
del peñón que circunda la maleza!
¡Qué rústico el altar donde te reza
tarde por tarde el campesino honrado!

Al evocar la mente tu pasado,
salta á los ojos llanto de terneza;
que en ti, Jesús, herido con vileza,
murió por redimirnos del pecado.

Y pues abres tus brazos protectora
á todo el que te busca con anhelo,
insignia de pasión, cruz redentora,

deja acogerme á ti, sé mi consuelo,
y sé también la tabla salvadora
que en el naufragio me conduzca al cielo.