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En los tercetos «A la hermana buena» tiene una estrofa que llama vivamente la atención:


«Mira como mi libro entrecerrado finge
Las manos juntas de una casta virgen
En actitud de un rezo suave y triste.»


Con «Ama al otoño amarillo» concluye la primera parte de «El libro de la meditación».

Donde García Fernández se manifiesta más poeta, donde su alma se retrata más vivamente, donde vibra más agitadamente los nervios del autor y donde más se cumplen estas palabras de «El poema a su hija»:

«Tiemblo ante todo lo sobrenatural y lloro como un perro a lo desconocido», es en «Los poemas alucinados».

Es el alma del agenjomano Verlaine, «las pesadillas alcohólicas de Rimbaud y los negros hastíos de Baudelaire» los que reviven en el cerebro atormentado de este joven poeta lleno de obsesiones, de terrores y de espasmos.

«La araña negra», es la obra de un delirante, algo extraño, terrorífico, algo de Poe que delira afiebradamente.

Pero aun más doloroso es el poema «Cuando yo me haya muerto», es una de las composiciones más fuertes de las que sobre este tema se hayan escrito, es casi imposible que el pánico se pueda pintar más vivamente; he aquí algunas estrofas:


«Después vendrá el entierro, me sacarán de casa
Para jamás volver, aunque mi amor lo hubiera,
Alguien habrá que al ataúd se abraza
Y la quitan por fuerza y la arrastran afuera.