conquistar renombre o popularidad halagando el gusto rutinario de la multitud.
Antes por el contrario, a trueque de parecer amigo de lo nuevo, característica ella sola capaz de hacer fracasar al mejor escritor y a todo hombre en una tierra como esta, el poeta Vicente García Huidobro Fernández ha extremado en su obra la nota original y bizarra, y la mayoría de las veces con acierto que demuestra un buen gusto cultivado y personalísimo y una sabia elección de aquellas formas literarias y tendencias que pueden convenir a nuestra capacidad poética.
Es tanto más grato dejar constancia de este hecho cuanto que en no escasas críticas sobre «La Gruta del Silencio» vemos, no sin la sorpresa consiguiente a tan antojadiza afirmación, que esta cualidad tan eminente y necesaria de todo poeta de asimilar de la literatura universal, sin distinción de tiempos ni escuelas, todos aquellos procedimientos que puedan significar un adelanto para la propia concepción y expresión de la poesía, la vemos —repito— calificada como una influencia vulgar y ramplona.
Proviene esta acusación, sin duda, de un concepto errado de lo que debe ser la literatura nacional. El público ha aceptado siempre, y continuará aceptando complacido para resolver problemas de difícil compresión, fórmulas vacías, pero que tienen la ventaja de no hacerlo pensar.
Desde hace tiempo, en efecto, no se duda en Chile de la necesidad de nacionalizar el arte. Sin embargo, no se admite por la totalidad de la gente que opina un anhelo que sería tan justo como aquella necesidad: nacionalizar la ciencia. Más todavía, un escaso número de personas razonables pretende que hay ventajas en utilizar los procedi-