mientos europeos o norteamericanos para la cultura de las tierras o la mejora de la ganadería, se reconoce así tácitamente que la aplicación a tales actividades de nuestra experiencia nacional solo serviría para estropear y dificultar su desarrollo cuando nó para impedirlo. Pero cuando se trata de actividad artística o literaria se considera indispensable para dar patente de belleza a un cuadro o a un libro que estén concebidos y ejecutados no sólo dentro de las formas consagradas por la retórica y poética —lo que en el fondo sería razonable— sino que en esas obras abunde la misma sequedad espiritual desprovista de toda novedad, espurgada de toda audacia imaginativa expresada en el mismo tono infantil y rutinario de dos o tres retóricos petrificados por los siglos.
Concepto tan arbitrario y que jamás ha respondido a la realidad artística no puede menos de entorpecer considerablemente la labor de los pocos espíritus que cultivan en Chile las letras. Oponiendo a toda tentativa de renovación de la herencia literaria de que somos depositarios un empecinamiento hostil e incapaz de todo discernimiento, no solo no se trabaja por una mayor cultura sino que se corre el peligro de corromper la poesía del mismo modo que se pudren las aguas estancadas.
Por estas solas consideraciones la obra que nos ocupa merecería ser tomada en cuenta, si no la abonaran raras y especiales cualidades.
Seguramente, «La Gruta del Silencio» adolece de algunos defectos y no es el menor, a mi juicio, el uso sistemático del verso llamado libre. A juzgar
CANCIONES 6