por la lectura de su poesía, García Fernández entiende por tal el uso de diversos ritmos dentro de una misma composición y aún dentro de una misma estrofa.
No choca esta innovación a nuestro oído cuando todos los versos de un poema pueden referirse a un ritmo único. Tal acontece si el poeta se expresa en versos de siete y catorce sílabas, de seis y de doce, etc., etc. En este caso se trata únicamente de una distribución arbitraria de la rima –distribución que puede ser altamente elegante y armoniosa— y de una manera también arbitraria de escribir el verso. No ocurre igual cuando el autor pasa de un verso a otro sin que haya entre ambos una medida común. La ruptura inesperada del ritmo hiere y cansa el oído y esta molestia, que llega a hacerse física perturba la clara comprensión del tema poético, cuando no lo despoja de todo encanto.
Justo es advertir, sin embargo, que para oídos menos habituados ala medida del verso clásico puede ser grata y musical esta aritmicidad, siempre que sea manejada con talento, como acontece en este libro, cuyas composiciones todas, a excepción de no más de tres, están escritas en esta nueva forma.
Ha sido Vicente García el primero de los nuevos —como diría Armando Donoso— que ha usado a través de todo un libro y obedeciendo a un propósito sistemático el verso libre así comprendido, con acierto innegable. La armonía y belleza de sus ideas poéticas no se ha resentido por ello; antes, por el contrario, su verso adquiere en ocasiones inesperado relieve y gallardía, signo inequívoco de que este poeta escribe poesía.