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Penetré a «La Gruta del Silencio» y recorrí todos sus vericuetos misteriosos donde voces inefables, inauditas, resbalaban como un filtro áspero y extraño por sobre las paredes abruptas del Símbolo, desenterrando obsesiones unánimes y alucinadoras o degradándose en el eco irredento, anónimo, exhausto, de la concepción amorfa de un balbuceo...
Su arquitectura moderna y lustrosa, y rara a fuerza de aditamentos rebalsantes de ironía contra los fútiles e inanimados códigos de antaño; su ex-