suraban á entrar. Aquello le sorprendió poco, porque como desde sus primeras visiones había formado el propósito de cambiar de vida, se figuraba que su ausencia era prueba de haber puesta en ejecucion sus planes.
El aparecido se mantenía siempre á su lado inmóvil y sombrío. Cuando Scrooge salió de su ensimismamiento, se figuró, por la postura de la mano y por la posicion del espectro, que lo contemplaba fijamente, con mirada invisible. Esto le hizo estremecerse de piés á cabeza.
Abandonando el alborotado teatro de los negocios, se dirigieron á un barrio muy excéntrico de la ciudad, en donde Scrooge no habia estado nunca, pero cuya mala reputacion no le era desconocida. Las estrechas calles que lo constituian presentaban un cuadro de suciedad indescriptible, así como sus miserables tiendas y mansiones; los habitantes que moraban allí, el de seres casi desnudos, ébrios, descalzos, repugnantes. Las callejuelas y los sombríos pasadizos, como si fueran otras tantas cloacas, despedían sus desagradables olores, sun inmundicias y sus vecinos sobre aquel laberinto: aquel barrio era la guarida del crímen y de la miseria.
En lo más oculto de aquella infame madriguera, se veia una tienda baja y saliente, bajo un cobertizo, en la cual se vendia hierro, trapos viejos, botellas viejas, huesos