conté lo ocurrido, y ella sin apartar sus ojos de los mios dijo:
—Pon... pon esa despreciable limosna en un sobre y llévala adonde te diré. Y así lo hice al pié de la letra.
Llegada la noche, estábamos hablando de nuestros proyectos, cuando se presentó un desconocido pidiendo entrar con altanera voz; era el casero é iba acompañado de otra persona. Como hacia muchos tiempos que no se le pagaban los alquileres, y las intimaciones y las amenazas habian sido infructuosas para el viejo Abraham, se presentaba entonces aprovechando la ocacion para ejercitar su derecho.
Toda reclamacion hubiera sido inútil: no teníamos con que responder.
—Pero á lo menos, dijo Zell, no cometereis la crueldad de echarnos á estas horas.
—No, ciertamente, repuso el propietario; pero como no quiero gastar contemplaciones os dejaré sin camas y sin puertas en las ventanas. Bill Blosam, apoderaos pronto de todo.
—Os suplico, exclamó Zell, en nombre del cielo que dejeis las ventanas: pronto cerrará la noche.
Y al arrancar con fuerza los carcomidos postigos, estos estallaron con estruendo terrible, abriéndose y dejando la sala cubierta de una verdadera lluvia de monedas de oro.