Página:Cantico de Navidad.djvu/196

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—Diablo, exclamó el casero cegado por el polvo.

—Zell fué la primera que recobró la serenidad. Viendo á un individuo de policía, que se presentó alli atraido por el estrépito, le hizo entrar, y tranquilizando al propietario, ya más humano, pidió la proteccion de la autoridad por aquella noche.

Dos mil setecientas guineas habia en el suelo; pero empotrados en diferentes puntos de la casa, se encontraron valores hasta doscientas noventa mil libras esterlinas.

—Hacednos el favor á mí y á mi mujer, dijo Samuelson, así que terminaron todas las investigaciones posibles, de aceptar nuestra hospitalidad hasta que tomeis una resolucion.

Zell aceptó, pero desde el descubrimiento del tesoro apenas la dejaba la melancolía. ¿Pensaba en lo que habria podido suceder si su abuelo hubiera sido menos sagaz? No me dirigió la palabra, y al subir al coche llamado por Samuelson, temí que ni aun me dijese adios. El mismo tutor fué quien se lo recordó, preguntándole si tenía algo que ordenar al muchacho.

—¿Al muchacho? repitió distraidamente.

—Id á mi despecho, me dijo Samuelson, que deseaba marcharse. ¿Cómo os llamais?

No contesté, porque no pensaba ni miraba más que á Zell.