miradas en las pestañas de sus inclinados ojos sin sonrojarla; desatar su ondulante crencha, uno de cuyos rizos hubiera sido para mí el más apreciado recuerdo; en una palabra, hubiera deseado, dígolo francamente, que me permitiera disfrutar con ella los privilegios de niño; pero siendo hombre para reconocerlos y saberlos apreciar.
A la sazon llamaron, y sobre la marcha el grupo aquel tan alborotador, empujó á la pobre madre, sin dejarla que se arreglase los vestidos, sin permitirla que se defendiese, pero sin que se perdiera su sonrisa de satisfaccion; la empujó hácia la puerta en medio de un tumulto y de un entusiasmo indescriptible, al encuentro del padre, que regresaba en compañía de un recadero cargado de juguetes y de regalos de Navidad. Cualquiera puede figurarse los gritos, las batallas, los asaltos de que fué víctima el indefenso acompañante. Uno lo escala, subiéndose sobre las sillas, para registrarle los bolsillos, sacarle los paquetes, tirarle de la corbata, suspenderse de su cuello, adjudicarle como demostracion de cariño innumerables puñetazos en las espaldas é infinitos puntapiés en las pantorrillas. Y después ¡con qué exclamaciones de alegría se saludaba la apertura de cada paquete! ¡Qué desastroso efecto produce la fatal noticia de que el rorro ha sido cogido infraganti, metiéndose en la boca una sarten de azúcar