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Fuesen tus ojos dos raudales vivos,
y aun no alcanzara el llanto
A lamentar tu oprobio y tu quebranto;
Que fuiste ya señora,
y huérfana infeliz eres ahora.
¿Quién sobre ti discurre
Que, recordando tu esplendor pasado,
No diga: grande fué, mas ya no es grande?
¿Por qué, por qué? ¿Dó ya la fuerza antigua?
¿Dónde las armas, la constancia, el brío?
¿Quién te arrancó la espada?
¿Quién te vendió? ¿Qué afán, que trama artera
Bastó, qué poderío
A arrebatarte el manto y la áurea banda?
¿Como caíste, cuándo,
De tanta alteza á tan profundo abismo?
¿Nadie lidia por tí? ¿No te defiende
De los tuyos ninguno? ¡Un arma, un arma!
Yo solo en la contienda
Combatiré, sucumbiré yo solo.
Concede ¡oh cielo! que mi hirviente sangre
Ítalos pechos en su fuego encienda.

¿Dó tus hijos están? Oigo són de armas
y de carros y voces y atambores:
Pugna tu prole en extranjeros climas.
Escucha, Italia, escucha. Entrever creo
Un olear de infantes y caballos,
y humo, y polvo, y centellear de espadas,
Como entre niebla lampos.
¿No te reanimas? Los trementes ojos
No osas tornar hacia el dudoso evento?
¿Por quién combaten en aquesos campos
Los ítalos mancebos? ¡Dioses, dioses!