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RUBÉN DARÍO
Sueña, hijo mío, todavía, y cuando crezcas,
perdóname el fatal don de darte la vida
que yo hubiera querido de azul y rosas frescas;
Pues tú eres la crisálida de mi alma entristecida, y te he de ver en medio del triunfo que merezcas renovando el fulgor de mi psique abolida.150