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Yo, cediendo no sé á que sentimiento, mandé á avisar Arturo lo que sucedia.

Queria proceder con la mayor altura á este respecto, hasta el último momento.

Pero ni siquiera me hizo el honor de responder á mi carta.

Aquel hombre no era pues mas que un abyecto miserable.

Mi pobre hijo se murió al fin sumiéndome en el dolor mas desesperante, á pesar de ser un golpe que yo esperaba de tanto tiempo atras.

Aquel nuevo dolor lo devoré en silencio y como todos lo otros, sin tener quien pronunciara á mi oido una sola palabra de consuelo.

Así habia pasado todas mis desventuras, sin tener quien hubiera enjugado mis lágrimas con un solo cariño.

Mi padre se preocupaba solo de sus negocios, vivia por sus negocios y para sus negocios; nosotros no significábamos para él mas que lo que podian significar sus dependientes.

Así es que cuando me veia llorar, se limitaba á decirme:

Ya te consolará el trabajo, nada distrae tanto como el trabajo.

Y yo trabajaba con pasion, porqué realmente el trabajo era lo único que me distraia, lo único que engañaba mis horas desamparadas.

Para hacerme tomar mas cariño al trabajo, mi padre solia darme dos ó tres liras los domingos, con las cuales yo salia á pasear.

Desde que volví á casa de mi padre, volví con cierta independencia que me fué muy útil entónces.

Los domingos, por ejemplo, que no se trabajaba en la casa, yo salia á pasear adonde queria, sin llenar otra formalidad que decirlo á mi padre.

Segun como andaba mi bolsillo, me iba á pasear á todas partes, á los hoteles de los alrededores de la ciudad, donde comia, y á los cafecitos donde se cantaba ó se tocaba música.

Mi viaje con Arturo me habia dado esta libertad de accion, y me habia habituado á este modo de proceder.

Me manejaba como un hombre jóven, sin recato de ninguna especie.

¿Y qué recato iba á tener una viuda como yo? pues al fin y al cabo yo no era mas que una viuda.

Muchos se me acercaban al verme sola; decian que yo era bella y venian á buscar mi sociedad.

Yo los admitia en mi compañia y conversaba con ellos, miéntras su conversacion no contenia ninguna falta de respeto.

Pero cuando las palabras pasaban de cierto límite, me levantaba, pagaba todo lo que habia tomado y me retiraba sin decir nada.

Los dueños de los cafés me conocian ya, de modo que cuando algun enamorado se me acercaba, se ponia á sonreir, porqué ya esperaban el fin de la aventura cuando ésta llegase á cierto límite.

Muchas veces mi paseo se prolongaba hasta horas avanza-