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das de la noche, porqué me iba al teatro ó á algun concierto público.

Esto no le gustaba á mi padre, al extremo de que varias veces me habia reprendido diciéndome que era necesario variar de conducta.

Yo no lo contradecia, porqué no me gustaba tener con él cuestion de ningun género, pero no le hacia caso, y seguia llevando la misma vida libre é independiente.

Estas aventuras me diéron al fin un novio.

La fortuna de mi padre era un atractivo poderoso para muchos galápagos aspirantes, que me aceptaban no solo en el estado triste en que estaba, sinó que me hubieran aceptado aun en otro mas lastimoso.

Pero mi primera aventura amorosa me habia puesto mas desconfiada que un tuerto y no hubiera habido un galan capaz de engañarme, mas cuando yo sabia que pedir á mi padre licencia para casarme era pedir peras al olmo.

Esta nueva faz á que habia entrado la historia de Luisa, disipó la nube de tristeza que la envolvia y se puso mas alegre.

Pidió á Lanza otra taza de café y empezó á tomarla á pequeños sorbos.

Lanza le sirvió cariñosamente, sin interrumpirla.

—Avida de un cariño que no encontraba en mi padre, continuó yo me dejaba querer con cuantos decian quererme, con cierto agrado.

Incapaz de querer á nadie porqué las fuentes de mi cariño estaban secas, dejaba que los demas me quisieran, miéntras este cariño no pudiera revestir ninguna faz grave.

Con quererme no se ofendia á nadie y yo lo hallaba perfectamente lícito.

Una tarde que me hallaba en un café comiendo con uno de estos enamorados sin esperanza y la hermana del dueño de casa, se me acercó Arturo, que comia tambien allí con otros jóvenes.

Era la primera vez que lo veia desde nuestra vuelta á Génova.

La vista de este miserable me hizo una impresion terrible.

Me parecia increible que yo hubiera amado á aquel hombre, cuya vista me habia causado una impresion tan repulsiva.

—¿Cómo estás, mi Luisa? me dijo con el mayor cariño.

En el acto acudió á mi recuerdo la muerte de mi hijo abandonado y el silencio que le habian merecido mis cartas.

Lo miré con una expresion de profundo desprecio y le respondí secamente:

—Poco debe importarle á usted como esté yo, señor, y como ignoro con qué derecho me dirije usted la palabra en ese tono, le suplico no lo haga mas.

El exceso de vino no autoriza á ser irrespetuoso.

Arturo quedó helado ante mi respuesta y miró con expresion de reconcentrada ira al hombre que estaba conmigo.

—Te felicito por el cambio, me dijo sonriendo, pero que haya un preferido no es motivo para romper con las viejas relaciones.