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Cuando un mozo sirve bien y al gusto de las personas, tiene propinas por mas valor que su mismo sueldo.

No tiene necesidad de mas dinero que ese, y si lo guarda, verá que pronto reune una buena suma.

Lanza escuchó con un placer infinito lo que le decia la señora Nina, porqué esta le aseguraba la subsistencia gratuita, lo que era para él de un interés vital.

¿Dónde habria ido á buscar pension, una vez echado del Hotel Marítimo?

En ningun hotel se la habrian dado al verlo tan desprovisto de equipaje, y sabe Dios lo que hubiera sido de él.

—El único inconveniente que yo podria tener, dijo, es que los mismos que me han visto como pasagero me vean ahora como mozo.

Pero esto está compensado con las ventajas que obtengo.

Usted tratará de disculparme con ellos de cualquier modo, y yo tendré una fineza mas que agradecerle.

Y como los malos caminos deben andarse pronto, yo quedo ahora mismo hecho cargo de mi nueva posicion y no se hable mas de eso.

—Bueno, traiga sus cosas á la habitacion que tendrá desde hoy y no hablemos mas.

Lanza, sin el menor inconveniente, cargó con sus pocas pilchas, y las llevó al cuarto que iba á habitar como mozo, un cuartujo en el fondo de la casa, y pidió á su patrona le indicase los departamentos que tendria que atender y las mesas que le correspondería servir.

Lo demas del servicio corre de mi cuenta; ya verá como todos, lejos de quejarse del nuevo mozo, no tendrán para él mas que elogios.

—Tanto mejor para usted y tanto mejor para mí, respondió la señora Nina.

Ahora, no tiene mas que entregarse á su servicio, y cumplirlo de la mejor manera posible, pues si los pasageros y clientes se quejan, nuestro convenio queda nulo, porqué yo saldría perjudicada.

La señora Nina vió con asombro que el nuevo mozo era insuperable en su servicio y buena voluntad.

Nunca la mesa de pasageros se vió tan bien y rápidamente servida.

Los pasageros que conocian á Lanza, reian alegremente al verlo entregado á sus funciones de mozo, pareciéndoles que aquello no era sinó una broma.

Lanza las desempeñaba de una manera admirable y como si jamas hubiese hecho otra cosa.

Acudia alegremente al primer llamado y servia con una lijereza asombrosa.

Por la mañana y en cuanto los clientes salian de los aposentos, Lanza se apoderaba de ellos y en un momento los acomodaba perfectamente bien.

Los clientes se reian y le daban propinas, propinas que re-