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Con la rebaja de los precios, la clientela de por la mañana y aun la del dia, habia aumentando muchisimo, con gran alegría de doña Emilia que se echaba al bolsillo unos cincuenta pesos diarios, sin perjuicio de los otros cincuenta que Lanza guardaba para si.

Lanza no podia pasar una vida mas regalada y mas productiva.

Los amores de doña Emilia le proporcionaban todo género de atenciones, cuidados y regalos.

Un dia una docena de pañuelos, otro una corbata y otro una órden para mandarse hacer un traje en tal ó cual sastrería.

La vieja queria que su amante anduviera bien paquete y hasta solia regalarle una que otra alhaja.

—Ya ves que el amor de la vieja nos conviene, decia él á Anita, y que vale la pena de soportarle sus impertinencias amorosas.

Porqué Anita solia darle famosas quejas sobre preferencia, y era necesario tenerla contenta.

Una gresca entre ambas, hubiera podido producir un cataclismo de primera fuerza que no le tenia cuenta afrontar.

Así es que enjugándole las lágrimas, le decia:

—Es preciso que tengas paciencia, en bien de nuestra felicidad futura.

Con hacerle creer á la vieja que la quiero, en nada te perjudico, desde que te pertenezco en cuerpo y alma.

Ten paciencia, y verás qué bien nos vá.

Y con tal cautela procedian los dos jóvenes, que ni las otras muchachas llegáron á sospecharse lo que se pasaba.

Nunca la casa habia marchado en mayor órden y producido mas dinero, llegando doña Emilia á confesarle que estaba tan contenta, que si no habria sido por el que garantia los pagarés, que al fin y al cabo era quien los pagaba, lo habria hecho su sócio.

Lanza pasaba una vida sumamente tranquila, lo que concluia de persuadir á doña Emilia que estaba enamorado de ella.

No salia á la calle sinó por comisiones de la casa, y empleaba para ellas el menor tiempo posible.

Se pasó el primer mes, y Lanza recibió como sueldo cuanto dinero quiso.

—No te apures por sueldo, le dijo doña Emilia un dia, alucinando su espíritu con una promesa formidable.

—En cuanto juntemos lo necesario para podernos manejar solos, vá al diablo el de los pagarés y planteamos un negocio como á ti te dé la gana.

Cuanto yo tengo es tuyo, y puedes disponer de ello como quieras, ¿á qué te has de afligir por sueldos entónces?

Aquella revelacion fué para Lanza el colmo de la buena estrella.

Con la garantía de aquel imbécil haria comprar á doña Emilia partidas grandes que hasta podria revender al contado y se iria haciendo de un capital fuerte.