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Para unos ciento, para otros nada. Muy des- nivelada la balanza, muy poco justa.

—Todos seremos iguales ante Dios, ya nos lo dijo. Qué duda cabe.

—Sí, pero en el otro mundo, donde no hace falta. Allí se vive con música celeste, aquí con garbanzos.

(La dama, que era más creyente de lo que supuse, no vino más a verme. Habrá pensado, sin duda, que por mi boca habla el diablo). Amén.

  • . o. +

Tercero y último acto.

—Usted es todavía una inocente.

—Vaya, me alegra, una novedad encanta- dora.

—No tanto, la inocencia y la inteligencia se dan de palos.

—Elegiré entre las dos entonces, no quiero rencillas. ¿Hay tiempo?

—No haga chistes, usted es una inocente.

—¿Qué puedo hacer para no serlo?

—Quererme. :

—¿A usted? Sí... le tengo afecto, la es- timo.

—Pero no así. Quererme, quererme profun- damente, como yo la quiero.