Y
Silba el viento y lo dice.
Canta el silencio y lo dice.
Baja el rocío de la noche y lo dice.
Susana no vuelve. Susana no vuelve, Su- sana no vuelve.
Pero desde hace rato la niña ronda el ho- gar. Solo que el miedo la acerca y la recha- za. Cruza de una esquina a la otra, desapa- rece por instantes y avanza al fin pegada a las paredes, por la calle desierta.
Entra al zaguán y amparándose en la som- bra se acurruca como un bulto, haciéndose lo más pequeñita tras de la puerta.
Sale un hermano y torna, vuelve a salir y a tornar. Probablemente anda en su bus- ca. La niña no puede más y suspira: Osval- do, Osvaldo ¿Vino papá? Las piernecitas le tiemblan y también los labios, pero el her- mano no ve ni tampoco comprende.
—Sí, ha venido y te va a moler a golpes, vagabunda. ¡Entrá! y mientras dice la arras- tra violentamente hacia adentro. La figura del padre se recorta junto a la cancel.
Un terror sin límites invade el alma de la criatura y la traspasa, logra desasirse y hu- ye frenéticamente, transida de espanto. Tras ella, corriendo siempre el hermano:
—Vení, vení, te llama papá.