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inconsciencia, y este pensamiento se me re- fuerza con una reflexión natural: Si el amor de mis padres, del cual, a.lo largo de los años he tenido pruebas fehacientes, se ma- nifestó durante mi mortificada niñez en co- rrecciones violentas, si este manojo sensible de carne y nervios que fué mi cuerpo de ni- ña, sufrió de ellos la intolerancia y el rigor, ¿qué comprensión pude nunca esperar de mis madres a sueldo?
En el colegio de hermanas, durante cin- co años de pupilaje, aprendí y adquirí mu- chas cosas: Buena educación, buenos moda- les, conocimientos generales de enseñanza, cierto respeto voluntario hacia los mayores y forzado hacia los superiores y alguna procaz libertad en los actos y pensamientos, cuando el silencio de la noche se hacía cóm- plice en la dulce intimidad de los dormito- rios. -
Lo que no pude aprender nunca, a pesar de la sugestión y del ejemplo, fué a ser hi- pócrita y creyente.
No alcanzo a percibir, a través de los años, la verdadera calidad de aquellas almas sin luz. Pienso que a veces, en verdad, cuando un dolor físico, venciéndonos, las acercaba a nuestro lecho, la ternura maternal y la sin-
