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Hay seis mujeres solas y un matrimonio dudoso en la casa de pensión. Todos viven su vida, de cualquier manera. Ellas son jóvenes y bonitas. Han aprendido a reir y ríen como inconscientes. Sus ratos de malhumor, que no son muchos, los provoca siempre un hombre, el que más les importa. No tienen «grandes complicaciones, y sus problemas son de total equivalencia: la feria del cabaret, el lujo de ésta, la mucha o poca suerte de aquella; el ingreso diario o mensual que cada una per- cibe.

No son tontas y aun cuando esto parezca ex- travagante, la carencia absoluta de espíritu, ha desarrollado en una de ellas, más poderosa- mente que en las otras, el atractivo sexual. No es la más bonita, pero es un bello animal de instintos inconscientes. Dicen que un mu- chacho joven, que viene a verla, con rostro y modales de señorita, la explota. Es curioso, yo siempre creí que un ““macrof”” tenía por lo menos la apostura viril y el empaque autorita- rio. Como con las mujeres en la misma mesa y la cercanía no ofende en nada mis escrú- pulos. No sonriais, yo guardo todavía las apa- riencias, y en este hipócrita mundo, guardar- las, ya sabemos lo qué significa. Tengo una amiga, casada, fiel a la fe de seis ídolos si-