— 91 —
siempre al mismo. Mejor así; ¡para qué tiene que enterarse... Yo siempre le mando dinero.
Y otra más:
—Cuando llegué a Bs. As. tenía diez y seis años. En Montevideo estaba colocada en una farmacia. La patrona era una buena mujer, una infeliz, pero su marido me dió muchos ma- los ratos. Estaba furioso conmigo y hasta qui- so pegarme una vez porque yo hablaba siem- pre con uno y salía a pasear con él los domin- gos. Decía que era una puerca y que me había visto besándolo. ¿Y él? besaba a su mujer, y a mí siempre que podía, en todos los rincones y detrás de las puertas.
Mi novio era muy simpático, pero bueno él también...
Me engañó, siempre me decía que era de una gran familia y que cuando el padre vol- viera de Europa se casaba conmigo. Pero ni una cosa ni la otra; no se casó y era además un pobre diablo, sirviente como yo, sólo que era valet y llevaba buena ropa; hasta galera de copa se ponía a veces para hacerme mejor el cuento.