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La primera vez que lo vi me dejó zonza, me acuerdo que era una tarde de verano, yo estaba parada en la puerta de calle. Vino a ofrecerme su pescado, pero no hubo caso, mi vieja no quiso comprar.
—Paciencia — me dijo, y se sonrió.
“*¡ Qué lindo era, qué ojos, que dientes! Nos miramos los dos con un gusto.... Después volvió, todos los días, y me daba besos y me acariciaba en el zaguán. Andábamos medio lo- cos. Una mañana quedé sola en casa, papá ha- bía ido a atender su negocio, mamá de com- pras y mis hermanos al colegio.
En el cuarto de los viejos ocurrió todo. Lo hice entrar allí porque era el mejor arreglado, con ropero de tres cuerpos y ““toilette”?. Me gustaba darme corte un poco, y deslumbrarlo.
A la semana nomás se me pasó el entusias- mo. Era medio bruto, me apretaba mucho y tenía un olor desagradable a pescado y a ropa sucia.
Anduve con muchachos del barrio y al fin me enamoré de uno que al principio no me quería, pero que después, cuando supo que era judía se entusiasmó y me sacó de casa.
- ¡Pobre vieja, lo qué lloró! qué vamos a
hacerle; ahora cree que trabajo y que quiero