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y la soledad me llevó a los brazos de otro hom- bre que no fué mi marido, eran más rígidas. Juzgaban mis actos con una intolerancia cie- ga. Yo era una pobre muchachita sin dinero, acosada por ansias diversas.
Ahora no soy mejor que entonces, al con- trario.
Sin embargo me llaman “señora” y me agasajan.
Está bueno.
Vamos a representar la comedia.
El núcleo de mis flamantes relaciones es compacto y variado. Desde la dama de bene- ficencia hasta la feminista a outrance, pasan- do por literatas, maestras, esposas de profe- sionales, catedráticos, etc.
Primer acto. Me han nombrado secretaria de un congreso feminista, a realizarse quién sabe dónde. Mucho honor, demasiado honor. Declino. Prefiero ser vocal, apenas.
El cargo queda en disponibilidad, pero lo llena, prestamente, una que hace un minuto, alegaba no poder aceptar, por exceso de tra- bajo, una vocalía.
Hay reuniones previas en casa de la pre-- sidenta a fin de cambiar ideas y tomar re- soluciones.
Veamos.
