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Con tono confidencial, el rostro grave, la voz a media asta empieza una: ““Es preciso antes que nada depurar nuestro propio am- biente. Para un Congreso de tal magnitud co- mo el que se prepara se requiere una disci- plina moral muy estricta. Hay que seleccio- nar pues. Sé que en el seno de nuestra comi- sión, no falta alguna persona cuya honorabi- lidad da tema para muchos comentarios, asaz erudos””.
—Esto va por mí — me dije, sin reparar en la cursilería del lenguaje. Pero no iba por mí, yo soy la ““esposa”” del conocido abogado y escritor, era por una muchacha periodista, ya madura, que desde los quince años, pasa los treinta ahora, mantiene relaciones amorosas con un hombre casado.
Veinte congregadas. Hay una sola voz com- prensiva, la de una maestra solterona, de vida transparente, y la mía por sobre todas:
—Señoras, ese es un caso muy grave, pero
peor es el mío. Hay que curarse en salud. Hasta la vista.
. . * Segundo acto. “* Asociación de damas cris-
tianas pro infancia desválida y vejez sin am- paro””.