Mil hojas tuviera el libro de versos que compusiera
mi amor para ti solita. Tu dicha mi gloria fuera.
Arco y laurel de mi lira fuera tu amor, madre mía.
¡Qué abrigo fueran tus brazos en esta estación tan fría!
Nunca se helaran mis manos pudiendo asirse a tu falda.
Mi casa, estando tú en ella, diera a los vientos la espalda.
Y si por mi, madre mía, doliérate ser tan pobre
yo te dijera: —Contigo ¿qué bien habré que no sobre?:
vino es el agua, exquisito manjar es el pan moreno,
y el mundo todo, lo abarca nuestra casita en su seno.
¿Dices que burdo es mi traje?... Sobrado lujo en él miro.
¿Tiene mi frente tus besos?... No a otra caricia aspiro.
Y al morir, si al lado mio rezar te oyera, ¡oh fortuna!,
el “bienmorir” fuera a mi alma como una canción de cuna. . .
Mas... desperté. ¡Oh Realidad! tu frío hallé irresistible.
Madre! ¡cuan lejos estabas!... Eras un sueño imposible.
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