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HISTORIADORES DE CHILE.

CAPITULO IV. En que se refiere como el cacique Ancanamon, que era el gobernador de aquellas aillareguas, envió a convidar a mi amo para una fiesta y baile que habia dispuesto, y envió a rogarle que me llevase porque querian verme los de su parcialidad, y de como en esta ocasion mudé del traje de español en indio. Permitió su divina Majestad que llegásemcs con bien al dia para darle gracias, como se las dí reconocido a sus inmensos favores y beneficios, y dejando dormidos a los muchachos y al viejo, me puse en pié al salir el sol, que amanecia claro y luciente y sin estorbo alguno; salí afuera del rancho a rezar mis devociones, y por estar cubierta la campaña de escarcha y nieve helada, causada de la serenidad de la noche, fuí a ponerme debajo de unos árboles frondosos que con sus hojas y tupidas ramas (que todo el año se conservan verdes) habian defendido del hielo su contorno. En esta sazon volvian ya del rio las mujeres de Maulican y sus hijas mui frescas de bañarse y las demas indias del rancho de nuestro viejo, que eran tan unos los dos, que no habia mas diferencia que estar las puertas divididas y pared de por medio o un tabique; con muestra de amor y buena voluntad me saludaron todas diciendo, que cómo habia madrugado y dejado la cama tan de mañana, habiendo amanecido el prado helado y fresco con la sobrada escarcha que le cubria; a que respondí, que eran las noches tan crecidas, que obligaban a desear el día con extremo: con que fueron siguiendo su viaje para el rancho, y una de las mujeres de mi amo mas anciana me convidó a almorzar diciendo, que volviese a su casa luego a desayunarme con algo y a calentarme al fuego porque hacia grande frio; agradecíla el cuidado y los marimaris que me dieron, correspondiendo alegre con otros tantos, y dejándome solo y sin testigos, dí principio a dar gracias al Criador de cielos y tierra, con grande afecto orando fervoroso por haberme dejado llegar con bien, con salud y vida a gozar la clara luz del dia; y porque los que pasaban de una parte a otra no me viesen hincado de rodillas en camino pasajero y parte tan descubierta, no me arrodillé en la tierra, porque no pareciese mas afectada hipocresía que sencilla ni pura devocion, si bien con el alma y todos los sentidos estaba postrado ante su divino acatamiento, representando mis trabajos con las desdichas y penalidades de mi cautiverio, ofreciéndolas a su pasion santísima y por su amor llevándolas con pacencia [sic] y sufrimiento. En medio del afecto con que oraba, puse un rato la contemplacion atenta en lo que somos y en nuestra humana vida y maligna inclinacion; que aunque los muchachos en nuestros primeros años nos criamos con la doctrina y enseñanza de ejemplares varones, industriándonos en el ejercicio de virtud y letras, así con naturales y prácticas demostraciones como con acciones santas y ejemplares (que son la mejor senda que nos encamina, como dijo Lactancio), no nos aplicamos jamas a lo que nos importa, porque si verdaderamente tenemos conocimiento verda-