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HISTORIADORES DE CHILE.

Tal es el barbarismo De la nacion ejipcia, Que hermanos con hermanas Se casan y cohabitan. Las madres con los hijos, Los padres con las hijas, Todos viven mezclados. Como bestias marinas. Y en aquellos tiempos (prosiguió el viejo) no vimos que a ninguno castigase Dios (como decis). Bien pude significarle cuán castigados habian sido sus primeros dueños, como despues se lo advertí; pero como teníamos trabada conversacion, no quise cortarle el hilo de su discurso, ántes le fuí abriendo la puerta para que prosiguiese con materia que deseaba saber, y hacerme capaz de aquellos antiguos alzamientos y alborotos: y así le respondí, que me holgaria saber y alcanzar algunas cosas mal hechas y delitos ponderables, que le parecieron a él dignos del castigo de Dios N. S.; porque aunque habia oido algunas cosas exajeradas a particulares personas, no todas eran del crédito y opinion que lo era él, ni de tan conocidas prendas; por cuya causa estimaria en extremo que me refiriese algunos principios de nuestros conquistadores y las causas y fundamentos que precedieron para sus rebeliones y levantamientos. Y el otro dia (le dije a mi cacique viejo) nos disteis a entender que desde que vuestra tierra quedó sin españoles y alterada, no habíais comunicado a ningun español captivo, ni aun podido levantar los ojos a mirarle halagüeño, con que he juzgado que siendo vos cacique de tan buen discurso, llegado a la razon en vuestro natural uso de vivir, es forzoso que tengais mui grandes fundamentos para haber conservado tantos años vuestro rencor y enojo contra los españoles. ¡Ahora pues! capitan amigo, pues me sacais a barrera, os contaré la causa de nuestros alborotos, y de haber quedado yo con tan mala querencia a vuestros antepasados. Mucho gusto tendré en escuchar vuestras razones (dije al cacique), porque verdaderamente hai várias opiniones, que se encaminan unas a culpar a los españoles, otras a la inconstancia de vuestros naturales. Pues escuchadme un rato por vuestra vida (repitió el viejo), y juzgaréis despues lo que os pareciere. Principió este anciano cacique con lo que los primeros me refirieron, con algunas mas circunstancias, que por no repetir lo pasado en los atrasados capítulos, escucharémos solamente lo que no habemos sabido. Prosiguió el cacique con la cudicia grande de los vecinos, el humano [sic] trato (dijo) para con nosotros, que parece que solo cuidaban de menoscabar y consumir nuestra nacion, no dándonos de comer, teniéndonos en un ordinario trabajo de las minas, dejándonos morir en ellas, sin asistencia de nuestras mujeres, sin el consuelo de nuestros hijos, y sin el regalo de nuestras casas; los contínuos y lamentables robos de nuestras reduciones, llevándonos los hijos y las hijas con violencia, ven-