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NUÑEZ DE PINEDA Y BASCUÑAN.

Por esa causa sin duda debió de enseñar Pitágoras a callar tanto tiempo a sus discípulos, porque fuesen maestros consumados, como lo sintió San Ambrosio. ¡Oh qué buena escuela para las señoras relijiosas, que con facilidad pueden cursar y aprender en ella, solo con amar la soledad y quietud de sus rincones y celdas, adonde no tendrán ocasion de hablar sino es con su verdadero esposo J. C., conformándose con la licion de San Pablo! Era costumbre antigua de los Persas y lei inviolable entre ellos, que las mujeres no fuesen vistas de otros que de sus maridos, y era crímen en ellos mui extraño y grave, como lo cuenta Josepho Hebreo. Pues si el ser estas mujeres vistas de otros que de sus maridos, era ofensa mortal que les hacian, de la cual se mostraban lastimados, ¿por qué las que son verdaderas esposas de J. C. S. N. han de comunicar con hombres, ni aun ser vistas? Y cuando lo hayan de ser forzosamente, será bien que se ajusten a la profesion de su estado relijioso en las palabras, en el traje y compostura, para que no se atrevan los mas livianos ojos a mirarlas, ántes sí los obliguen a abstenerse y a reprimir sus pensamientos torpes, como le sucedió al referido bárbaro con la sierva de Dios y verdadera relijiosa; que por haberle visto en traje penitente, con un áspero cilicio sobre sus carnes, un sayal mui tosco por vestido, sus palabras pocas, graves y sentidas, sus ojos bajos y en fuentes convertidos, se abstubo y reprimió de su lascivo gusto y apetito ardiente, y la tuvo tal respeto y cortes veneracion, que la hizo servir en casa aparte y todo lo demas que queda manifiesto: que a esto obliga la severidad compuesta de una mujer recatada y vergonzosa, que sin este velo de honestidad no puede haber cosa perfecta, como lo dijo Ciceron reprobando la seta de los cínicos; por lo cual aconsejó San Pablo el recato, modestia y compostura, porque son peores que el demonio los que no la tienen, principalmente en la presencia de Dios. Así lo dijo el padre Mendoza. TAN Dos cosas al intento de nuestro libro podrémos llevarnos por delante: la primera, que muchos de esta jentílica nacion no tienen tan perversos naturales como algunos presumen y exajeran sus acciones, pues se ha reconocido que el comun de los que son de sangre ilustre y claro nacimiento, se muestran piadosos, corteses, apacibles y agradables, y con extremo agradecidos al bien que les hacen, y al agasajo que reciben, y por lo consiguiente, reconocen lo que es santo, justo y bueno, como queda manifiesto en este y otros subcesos. La segunda, que no por haberles faltado natural discurso y comprehensivo entendimiento a nuestros bárbaros infieles, dejaron de penetrar y comprehender los divinos misterios y la lei que profesamos; ántes sí juzgo que por tenerle tan vivo, perspicaz y agudo han menospreciado nuestros ritos, por haber atendido cuidadosamente a lo que desatentos nuestros antepasados obraron, y no a lo que les dijeron: aprendieron mas bien lo que veian hacer, que lo que con apremio y