engañas sin alguna duda: la palabra que yo doy en el campo, la cumpliré en la ciudad, y adonde quiera, sin serme pedida; pues no se puede preciar de caballero quien toca en el vicio de mentiroso: mi padre te dará limosna por Dios y por mí, que en verdad que esta mañana di cuanto tenia á unas damas, que á ser tan lisonjeras como hermosas, especialmente una dellas, no me arriendo la ganancia. Oyendo esto Cristina, con el recato de la otra vez, dijo á las demas jitanas: ¡Ay, niñas! que me maten si no lo dice por los tres reales de á ocho que nos dió esta mañana. No es así, respondió una de las dos, porque dijo que eran damas, y nosotras no lo somos: y siendo él tan verdadero como dice, no habia de mentir en esto. No es mentira de tanta consideracion, respondió Cristina, la que se dice sin perjuicio de nadie y en provecho y crédito del que la dice; pero con todo esto, veo no nos da nada, ni nos manda bailar. Subió en esto la jitana vieja, y dijo: Nieta, acaba, que es tarde, y hay mucho que hacer y mas que decir. Y ¿qué hay, abuela, preguntó Preciosa, hay hijo ó hija? Hijo, y muy lindo, respondió la vieja: ven, Preciosa, y oirás verdaderas maravillas. Plega á Dios que no muera de sobreparto, dijo Preciosa. Todo se mirará muy bien, replicó la vieja, cuanto mas que hasta aquí todo ha sido parto derecho, y el infante es como un oro. ¿Ha parido alguna señora? preguntó el padre de Andres Caballero: Sí, señor, respondió la jitana; pero ha sido el parto tan secreto, que le sabe sino Preciosa, y yo, y otra persona; y así no podemos decir quién es. Ni aquí queremos saber, dijo uno de los presentes; pero desdichada de aquella que en vuestras lenguas deposita su secreto y en vuestra ayuda pone su honra. No todas somos malas, respondió Preciosa: quizá hay alguna entre nosotras que se precia de secreta, y de verdadera, tanto cuanto el hombre mas estirado que hay en esta sala: y vámonos, abuela, que aquí nos tienen en poco; pues en verdad que no somos ladronas, ni rogamos á nadie. No os enojeis, Preciosa, dijo el padre, que á lo menos de vos imagino que no se puede presumir cosa mala; que vuestro buen rostro os acredita y sale por fiador de vuestras buenas obras por vida de Preciosita, que baileis un poco con vuestras compañeras, que aquí tengo un doblon de oro de á dos caras, que ninguna es como la vuestra, aunque son de dos reyes. Apénas hubo oido esto la vieja, cuando dijo: Ea, niñas, haldas en cinta, y dad contento á estos señores. Tomó las sonajas Preciosa, y dieron sus vueltas, hicieron y deshicieron todos sus lazos con tanto donaire y desenvoltura, que tras los piés se llevaban los ojos de cuantos las miraban, especialmente los de Andres, que así se iban entre los piés de Preciosa, como si allí tuvieran el centro de su gloria; pero
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