un tan gran ladrón como vos. Pues hágalo vuesa merced, señor corregidor, como ella lo suplica, que como yo me despose con ella, iré contento á la otra vida como parta desta con nombre de ser suyo. Mucho la debéis de querer, dijo el corregidor. Tanto, respondió el preso, que á poderlo decir no fuera nada: en efecto, señor corregidor, mi causa se concluya: yo maté al que me quiso quitar la honra: yo adjro á esa jitana, moriré contento si muero en su gracia, y sé que no nos ha de faltar la de Dios, pues entrambos habemos guardado honestamente y con puntualidad lo que nos prometimos. Pues esta noche enviaré por vos, dijo el corregidor, y en mi casa os desposaréis con Preciosica, y mañana á mediodía estaréis en la horca, con lo que yo habré cumplido con lo que pide la justicia y con el deseo de entrambos. Agradecióselo Andrés; y el corregidor volvió á su casa y dio cuenta á su mujer de lo que con D. Juan habia pasado, y de otras cosas que pensaba hacer. En el tiempo que él faltó de su casa, dio cuenta Preciosa á su madre de todo el discurso de su vida, y de cómo siempre habia creido ser jitana y ser nieta de aquella vieja; pero que siempre se habia estimado en mucho mas de lo que de ser jitana se esperaba. Preguntóle su madre que le dijese la verdad, si queria bien á D. Juan de Cárcamo. Ella con vergüenza y con los ojos en el suelo le dijo que por haberse considerado jitana, y que mejoraba su suerte con casarse con un caballero de hábito y tan principal como D. Juan de Cárcamo, y por haber visto por esperiencia su buena condición y honesto trato, alguna vez le habia mirado con ojos aficionados; pero que en resolución ya habia dicho que no tenia otra voluntad de aquella que ellos quisiesen.
Llegóse la noche, y siendo casi las diez sacaron á Andrés de la cárcel sin las esposas y el piedeamigo, pero no sin una gran cadena que desde los pies todo el cuerpo le cenia. Llegó deste modo sin ser visto de nadie sino de los que le traian en casa del corregidor, y con silencio y recato le entraron en un aposento donde le dejaron solo: de allí á un rato entró un clérigo, y le dijo que se confesase, porque habia de morir otro dia. A lo cual respondió Andrés: De muy buena gana me confesaré; pero ¿cómo no me desposan primero? Y si me han de desposar, por cierto que es muy malo el tálamo que me espera. Doña Guiomar, que todo esto sabia, dijo á su marido que eran demasiados los sustos que á D. Juan daba, que los moderase, porque podria ser per, diese la vida con ellos. Parecióle buen consejo al corregidory así entró á llamar al que le confesaba, y díjole que primero habían de desposar al jitano con Preciosa la jitana, y