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de río negro a bahía blanca

indios, ése era el resultado probable, la respuesta fué una descarga de mosquetería. Los indios, sin inmutarse por ello, llegaron a la cerca misma del corral; pero con gran sorpresa hallaron los troncos de la empalizada unidos entre sí por clavos de hierro en vez de correas, y, como es natural, en vano intentaron cortarlos con sus cuchillos. Esto fué lo que salvó la vida a los cristianos; muchos de los indios heridos fueron llevados por los suyos, y, al fin, cuando cayó herido uno de los caciques subalternos la tropa tocó a retirada. Replegáronse al sitio donde tenían los caballos y parecieron celebrar consejo de guerra. En tanto, los españoles estaban con la mayor angustia, por haber gastado todas las municiones, excepto algunos cartuchos. En un abrir y cerrar de ojos los indios montaron en sus caballos y huyeron a todo galope hasta perderse de vista. Un segundo ataque fué rechazado con mayor rapidez aún. El cañón estuvo a cargo de un francés, que era hombre de gran sangre fría; aguardó a que los indios estuvieran bien cerca, y entonces barrió con metralla toda la línea de asaltantes, dejando tendidos a 39 de ellos; y, como es de suponer, un golpe de tal naturaleza puso inmediatamente en fuga a toda la tropa enemiga.

La villa es indiferentemente llamada El Carmen o Patagones. Está edificada frente a un peñón que mira al río, y muchas de las casas han sido excavadas en la arenisca. El río tiene una anchura de 200 a 300 metros y es profundo y rápido. Las numerosas islas, con sus sauces, y los farallones salientes, vistos uno tras otro en el límite septentrional del anchuroso valle vestido de verdor, forman, a la brillante luz del sol, un conjunto casi pintoresco. El número de habitantes no pasa de algunos centenares. Estas colonias españolas no llevan, como las nuestras inglesas, elementos internos de desenvolvimiento. Aquí residen muchos indios de pura sangre; la tribu del cacique Lucani tiene constante-