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cap.
darwin: viaje del «beagle»

dente en Patagones, un guía y cinco gauchos, que marchaban al campamento del ejército con asuntos propios del servicio. El Colorado, como ya he dicho, dista unos 130 kilómetros, y como caminábamos despacio tardamos dos días y medio en el camino. El país, en todo el trayecto de esta ruta, apenas merece nombre mejor que el de un desierto. Sólo encontramos agua en dos pequeños pozos; la llaman dulce, pero aun en esta época del año, durante la estación lluviosa, es completamente salobre. En verano debe de ser un camino tristísimo, porque aun ahora presentaba un aspecto bastante desolado. El valle del río Negro, con ser tan ancho, es una mera excavación practicada en la planicie de arenisca, porque inmediatamente encima de la margen donde se alza la ciudad empieza una campiña llana, sólo interrumpida por algunos valles y depresiones sin importancia. Por todas partes el paisaje presentaba el mismo aspecto estéril; un suelo cascajoso y seco cría matas de hierba marchita y arbustos dispersos armados de espinas.

Poco después de pasar la primera fuente dimos vista a un árbol famoso, que los indios veneran como altar de Walleechu. Está situado en un altozano de la llanura, y de ahí que sea un hito visible a gran distancia. No bien algunas tribus de salvajes le divisan, le tributan su adoración a grandes voces. El árbol es bajo, frondoso y espinoso; en la parte más baja del tronco tiene un diámetro de unos nueve decímetros. Se yergue solitario, y fué el primer árbol que vimos; después encontramos algunos otros de la misma clase, pero poco abundantes. Como estábamos en invierno el árbol no tenía hojas, pero en su lugar pendían de las ramas secas varias ofrendas atadas con cordeles, tales como cigarros, pan, carne, pedazos de tela, etcétera. Los indios muy pobres, a falta de otra cosa mejor, sacan un hilo de sus ponchos y le atan al árbol. Los más ricos suelen echar licores y mate en cierta