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de río negro a bahía blanca

oquedad, y fumar expeliendo el humo hacia arriba, creyendo agradar así del mejor modo posible a Walleechu. Para completar la decoración se había rodeado al árbol con los huesos mondos de caballos sacrificados. Todos los indios, sin distinción de edad ni sexo, hacen sus ofrendas, merced a las cuales imaginan que sus cabalgaduras han de ser incansables y ellos afortunados. El gaucho que me refirió esto añadió que en tiempo de paz había presenciado la escena de las ofrendas, y que él y otro habían aguardado a que los indios se alejaran para llevarse los donativos a Walleechu.

Los gauchos aseguran que los indios consideran al árbol como al dios mismo; pero parece mucho más probable que lo consideren como su altar. Imagino que la única causa para esta elección es tener un hito en un paso peligroso. La sierra de la Ventana se presenta visible a distancia inmensa, y un gaucho me dijo que, cabalgando una vez con un indio pocas millas al norte del río Colorado, de pronto su compañero empezó a meter el ruido estrepitoso que suelen hacer los salvajes al divisar un árbol distante, mientras ponía la mano en la cabeza y apuntaba con el dedo en la dirección de la sierra. Al preguntarle por la razón de esto, el indio respondió, en mal castellano: «Primera vez ver la sierra.» A cosa de dos leguas de este curioso árbol hicimos alto para pasar la noche, y en este momento los ojos de lince de los gauchos descubrieron una pobre vaca, en cuya persecución se lanzaron sin tardanza. Pocos minutos después la arrastraron presa en sus lazos y la sacrificaron. En este sitio tuvimos las cuatro cosas necesarias para la vida en el campo [1]: pasto para los caballos, agua (sólo una charca cenagosa), carne y leña. Los gauchos se pusieron del mejor humor al hallar todos estos lujos, y en


  1. En español en el original.