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cap. vi
darwin: viaje del «beagle»

punto para recibir el choque, y permanece tan firme que el toro casi cae a tierra, siendo extraño que no se rompa el cuello. La lucha, sin embargo, no es de mera fuerza, porque es el cuello entero del caballo el que contiende con el cuello tenso del toro. De un modo análogo, un hombre a pie podría dominar un caballo salvaje si le cogiera con el lazo precisamente detrás de las orejas. Cuando el toro ha sido arrastrado al sitio en que ha de sacrificársele, el matador le corta con gran precaución los jarretes. Luego se oye el bramido de muerte, el grito más expresivo de agonía feroz que conozco; le he percibido muchas veces a gran distancia, entendiendo siempre que la lucha tocaba a su término. El espectáculo, en su totalidad, es horrible y repugnante; el piso está materialmente cubierto de huesos, y los caballos y jinetes empapados de sangre.