CAPITULO VII
27 de septiembre.—Por la tarde salí de excursión para Santa Fe, ciudad situada en las riberas del Paraná, a unos 480 kilómetros de Buenos Aires. Los caminos en las cercanías de la ciudad estaban pésimos a consecuencia de las lluvias. Nunca hubiera creído posible que una carreta de bueyes pudiera andar por ellos; pero de todas suertes apenas avanzó a razón de kilómetro y medio por hora, teniendo que ir un hombre delante para buscar la línea más transitable. Los bueyes se fatigaban lo que no es decible, y es un error creer que estando buenos los caminos, sí se marcha a buen paso, los animales han de cansarse en la misma proporción. Nos encontramos con un tren de carretas y una recua de bestias que iba hacía Mendoza. La distancia es de unas 580 millas geográficas y el viaje se hace de ordinario en cincuenta días. Estas carretas son muy largas, estrechas y provistas de toldos de caña; tienen sólo dos ruedas, cuyo diámetro en algunos ca-