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banda oriental y patagonia

ladrando, mientras el ganado se reúne detrás de él, como pudiera hacerlo alrededor del morueco. A estos perros se les enseña también fácilmente a conducir a casa el ganado a cierta hora de la tarde. El defecto más enojoso que tienen, de jóvenes, es su afición a jugar y retozar con las ovejas, pues en tales deportes las hacen galopar sin misericordia hasta cansarlas.

El perro pastor acude a casa todos los días por alguna cantidad de carne, y después de recibirla escapa de nuevo, como avergonzado de sí mismo. En tales ocasiones sus congéneres domésticos le hostilizan ferozmente, y el menor de ellos no deja de ladrar y perseguir al extraño. Pero en cuanto éste ha llegado al rebaño se vuelve y empieza a ladrar a sus perseguidores, con lo que todos los perros domésticos huyen a todo correr. De un modo análogo, una cuadrilla de perros salvajes hambrientos difícilmente atacaría alguna vez (nunca, me dijeron) a un rebaño guardado por uno de estos fieles pastores. Todo este relato me parece un curioso ejemplo de la adaptabilidad de las afecciones en el perro; y, en medio de todo, se ve que, en estado salvaje o doméstico, tiene un sentimiento de respeto y temor a los que se valen de su instinto de asociación. Porque únicamente fundándonos en este supuesto podemos explicarnos que una manada de perros salvajes sea puesta en fuga por un solo perro con su rebaño; y es que los fugitivos deben sentir de una manera confusa que aquel adversario único, al estar asociado, adquiere tanto poder como si tuviera de su parte un número de perros igual al de ovejas que le acompañan. F. Cuvier ha observado que todos los animales de fácil domesticación consideran al hombre como miembro de su sociedad, y satisfacen así su instinto de asociación. En el caso precedente, el perro pastor considera a las ovejas como semejantes suyos, y así, confía en su fuerza, y los perros salvajes, no obstante saber que cada oveja individualmente