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cap.
darwin: viaje del «beagle»

San Juan, algunos cristales de cuarzo con las aristas desgastadas por el frote y mezclados con grava en la playa. Cada cristal vendría a tener un centímetro de diámetro y dos y medio a tres de largo. Muchos estaban perforados por un canal perfectamente cilíndrico, por el que podía pasar un hilo grueso o una cuerda fina de guitarra. Su color era rojo o blanco nata. Los naturales estaban familiarizados con esta estructura en cristales. He citado este relato con sus circunstancias, a pesar de no conocer hasta hoy cuerpo cristalizado alguno que tome esa forma, por si puede servir de guía a algún futuro viajero para investigar la verdadera naturaleza de tales piedras.

Mientras estuve en esta estancia me divirtió mucho lo que vi y oí de los perros pastores del país [1]. Yendo a caballo, es cosa corriente encontrar un gran rebaño de ovejas guardado por uno o dos perros, a la distancia de algunas millas de poblado. Con frecuencia me maravillé de cómo podía haberse establecido una amistad tan firme. El método de educación consiste en separar los perritos, cuando son muy jóvenes, de la madre, y acostumbrarlos a vivir con sus futuros compañeros. Hácese que una de las ovejas dé de mamar al cachorro tres o cuatro veces al día, y al último se le prepara una cama de lana en el corral; además, no se le permite nunca juntarse con otros perros ni con los niños de la familia. Por regla general, se le castra; de modo que cuando alcanza su completo desarrollo apenas tiene afición a los individuos de su especie. A consecuencia de semejante educación, el perro pastor no siente deseo alguno de dejar el rebaño, y defenderá a éste como los ordinarios suelen defender a sus dueños. Es divertido observar al acercarse a un hato de ovejas cómo el perro avanza inmediatamente


  1. M. A. d'Orbígny ha hecho una descripción muy semejante de estos perros; tomo I, pág. 175.