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cap.
darwin: viaje del «beagle»

de 1832) presté particular atención a este asunto. El tiempo había estado hermoso y claro, y por la mañana el aire estaba lleno de copitos de telaraña lanosa, como en un día de otoño en Inglaterra. El barco distaba de tierra 60 millas, mientras soplaba de la costa una brisa constante, aunque suave. Un gran número de pequeñas arañas, de 2,5 milímetros de longitud y color rojo obscuro, estaban pegadas a las telas. Calculo que habría algunos millares en el barco. Estas minúsculas arañas, al ponerse por primera vez en contacto con el cordaje, se sostenían siempre en un solo hilo y no en los copitos lanosos, los cuales sólo parecían producirse por apelotamiento de los hilos sueltos. Las arañas pertenecían todas a una especie, y las había de uno y otro sexo, junto con las crías, distinguiéndose éstas por su menor tamaño y color más obscuro. No daré la descripción de esta araña, y únicamente afirmaré que no la creo incluida en ninguno de los géneros de Latreille. El minúsculo aeronauta, tan pronto como llegaba a bordo, desplegaba gran actividad, corriendo de una parte a otra, dejándose caer a veces, y volviendo luego a subir por el mismo hilo, y ocupándose en ocasiones en tejer una redecilla muy irregular en los ángulos situados entre las cuerdas. Podía correr con facilidad por la superficie del agua. Si se la molestaba, alzaba las patas delanteras, como prestando atención. De recién llegado parecía muy sediento, y con las maxilas tendidas bebía evidentemente las gotas de agua; esta misma circunstancia había sido observada por Strack: ¿no provendría de haber pasado el insecto por una atmósfera seca y enrarecida? Su provisión de seda parecía inagotable. Mientras observaba a algunas que estaban suspendidas cada una en su hilo, observé que el más leve soplo de aire las hacía desaparecer, arrebatándolas en línea horizontal. Otro día (el 25), en circunstancias semejantes observé repetidas veces la misma clase de araña mi-