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tierra del fuego

bierta (como sucede en las demás partes) de turba o de árboles del bosque. El capitán Fitz Roy intentó en un principio, según he dicho antes, llevar a York Minster y a Fuegia al sitio ocupado por sus tribus respectivas, en la costa occidental; pero habiendo expresado sus deseos de permanecer aquí, y siendo el lugar muy favorable, el capitán resolvió instalar el grupo entero, incluyendo al misionero Matthews. Invirtiéronse cinco días en construirles tres espaciosos wigwams, desembarcar sus ropas y demás objetos, cavar dos jardines y sembrar semillas.

A la mañana siguiente, después de nuestra llegada (el 24), empezaron a acudir los fueguinos y vinieron la madre y hermanos de Jemmy. Este reconoció la voz estentórea de uno de sus hermanos a prodigiosa distancia. El encuentro fué menos interesante que el de un caballo con su antiguo compañero al volver del campo. Allí no hubo la menor demostración de afecto; se miraron simplemente de hito en hito por breve rato, y la madre se fué al punto a cuidar de su canoa. Supimos, sin embargo, por York que la madre había estado inconsolable a causa de la pérdida de Jemmy, y que le había buscado por todas partes, creyendo que podía haberse quedado en tierra a pesar de haber entrado en el bote. Las mujeres, en cambio, se interesaron mucho por Fuegia y la colmaron de obsequios. Ya habíamos notado que Jemmy había olvidado casi totalmente su lengua. A mi juicio, con dificultad pudiera hallarse un ser humano menos provisto de idioma, porque su inglés era muy imperfecto. Daba risa y casi lástima oír hablar a sus hermanos dicha lengua y preguntarles luego en español («¿No sabe?») si entendían o no.

Todo marchó pacíficamente durante los tres días próximos, mientras que cavaban los huertos y se construían los wigwams. Calculamos el número de naturales allí reunidos en unos 120, Las mujeres tra-