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cap.
darwin: viaje del «beagle»

9 de junio.—Por la mañana gozamos en ver el velo de bruma que se elevaba gradualmente desde el Sarmiento y le dejaba expuesto a nuestra contemplación. Esta montaña, una de las más altas de Tierra del Fuego, tiene una altura de 2.040 metros. Su base es casi la octava parte de su total elevación, y se presenta revestida de espeso y sombrío bosque, sobre el cual se extiende hasta la cima un campo de nieve. Enorme cantidad de nieve, que nunca se funde y parece destinada a permanecer tanto como el mundo, ofrece un magnífico y hasta sublime espectáculo. La silueta de la montaña se dibujaba admirablemente limpia y definida. A causa de la abundancia de luz reflejada por la blanca y deslumbradora superficie, no había sombras en ninguna parte, pudiéndose tan sólo distinguir las líneas que cortaban el cielo, por lo que la gran mole se destacaba en atrevidísimo relieve. Varios glaciares descendían en tortuoso curso desde la vasta extensión nevada hasta la costa del mar, presentando el aspecto de grandes Niágaras helados. Y tal vez estas cataratas de hielo azul son tan bellas como las masas movibles de agua. Por la noche llegamos a la parte oeste del canal, donde el agua era tan profunda que no hallamos ancladero. Así es que nos vimos precisados a estar al pairo en este estrecho brazo de mar durante una noche obscurísima que duró catorce horas.


10 de junio.—A la mañana siguiente recorrimos la mayor parte de la distancia que nos separaba del abierto Pacífico. La costa occidental se compone generalmente de montañas bajas, redondeadas, enteramente desnudas, de granito y piedra verde. Sir J. Narborough ha llamado a una parte de este país «Desolación del Sur», «porque el ánimo se abate contemplándolo», y así es, en efecto. Además de las islas principales, hay innumerables rocas dispersas, contra