CAPÍTULO II
Río de Janeiro, 4 abril a 5 de julio 1832.—Pocos días después de nuestra llegada conocí a un inglés que iba a visitar su hacienda, situada a más de 160 kilómetros de la capital, hacia el norte de Cabo Frío.
Acepté del mejor grado su amable oferta de permitir que le acompañara.
8 de abril.—Los expedicionarios éramos siete. La primera etapa fué muy interesante. El día era calurosísimo, y mientras avanzábamos por los bosques todo yacía en letárgica inmovilidad, excepto las grandes y brillantes mariposas, que volaban de una parte a otra en perezosas ondulaciones. El panorama que se ofreció a nuestra vista al trasponer las alturas de detrás de Praia Grande era hermosísimo; el conjunto deslumbraba por su intenso colorido, en el que predominaba el azul turquí; el cielo y las tranquilas aguas de la bahía rivalizaban en esplendor. Después de pasar por una región cultivada, penetramos en un bosque, superior en magnificencia a todo lo que es dable imaginar.