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paso de la cordillera

taba adelantado, las hojas de muchos frutales empezaban a caer. Parte de los labriegos se ocupaban en tender higos y melocotones a secar en los techos de sus casas, y parte en vendimiar. La escena era hermosa; pero eché de menos la solemne quietud que hace del otoño de Inglaterra el atardecer del año. El día 10 llegamos a Santiago, donde Mr. Caldcleugh me dispensó un recibimiento obsequioso y hospitalario. Mi excursión sólo me costó veinticuatro días, y en mi vida he gozado más en igual espacio de tiempo. A los pocos días volví a casa de Mr. Corfield, en Valparaíso.