rarse como excepcionales algunos fragmentos de granito curiosamente vitrificados y alterados por el calor. Algunos de los cráteres que dominan las islas mayores son de inmenso tamaño y se elevan a una altura que varía entre 3 y 4.000 pies. Sus lados están perforados por innumerables orificios más pequeños. Apenas vacilo en afirmar que el número de cráteres del archipiélago no baja de 2.000, y están formados por lava y escoria, o por una toba parecida a la arenisca, de fina estratificación. La mayor parte de esta última presenta una hermosa constitución simétrica; debe su origen a erupciones de cieno volcánico sin lava; y es notable la circunstancia de que todos los 28 cráteres de toba examinados tenían sus lados meridionales, o más bajos que los otros, o enteramente destrozados y removidos. Como todos estos cráteres se han formado, al parecer, bajo las aguas del mar, y como el oleaje producido por el alisio y la marejada del Pacífico unen su empuje en la costa meridional de todas las islas, esta curiosa uniformidad de las roturas de los cráteres, compuestos de blanda y poco resistente toba, se explica fácilmente.
Si se considera que estas islas están situadas directamente bajo el Ecuador, el clima dista mucho de ser excesivamente cálido, lo cual parece provenir de la muy baja temperatura del agua circundante, conducida aquí por la gran corriente polar del Sur. Exceptuando una breve época del año, llueve muy poco, y esto de un modo irregular; pero las nubes, de ordinario, son bajas. Por esto, mientras las regiones inferiores de las islas son muy estériles, las superiores, a la altura de 300 metros y más, poseen un clima húmedo y una vegetación bastante frondosa. Tal ocurre de un modo especial en las zonas de barlovento, que son las primeras en recibir y condensar la humedad de la atmósfera.
En la mañana del 17 desembarcamos en la isla de